El día de hoy, tercer jueves del mes de noviembre, está señalado por la UNESCO como el Día Mundial de la Filosofía. Como ocurre con las otras fechas marcadas por la ONU en el calendario, esta ha de servir para reivindicar el interés general de una causa y ayudar a su divulgación y promoción. Y hoy se trata de la causa de la filosofía. Ciertamente, durante todo el año se suceden declaraciones, adhesiones, publicaciones y foros de profesorado en defensa de una disciplina que no sólo aspira a sobrevivir en el currículo académico. Quienes nos dedicamos a su enseñanza sabemos que la movilización se ha intensificado en los últimos meses debido a circunstancias puntuales, como la finalmente consumada implantación de la LOMCE y la situación a la que esta Ley aboca las materias filosóficas en la eventual prueba de evaluación final de bachillerato. Pero al margen de cómo acabe este curso, la reivindicación está comprometida a largo plazo con el desarrollo de una concepción ambiciosa de la educación. No en vano, el dominio de la filosofía está entretejido con el de lo que los griegos denominaban paideia.

Resulta instructivo evocar al respecto la posición de Hannah Arendt, quien -para disgusto de muchos de sus entusiastas lectores- se mostraba escéptica sobre el potencial que podía tener la filosofía para cambiar las cosas. Ella misma se confesaba incapaz de señalar cuáles podían ser las consecuencias concretas de su teoría para la política, el impacto de sus lecciones sobre la condición humana o el totalitarismo, porque lo hacía siempre dejando margen, «sin pretensión de adoctrinamiento». Decía imaginarse que un estudiante se haría tal vez republicano, el otro liberal y el otro Dios sabe qué, pero sí confiaba en que ciertas actitudes extremas, que son clara consecuencia de la falta de pensamiento, quedarían en todos ellos desactivadas. Quizás esta debería ser la pretensión de la filosofía: ofrecerle al alumnado un espacio de reflexión sin consignas de la mano de los pensadores y pensadoras que han contribuido a urbanizar nuestra cultura, una suerte de ágora preventiva contra el irracionalismo y el fanatismo. En coherencia con esto último, el elogio de la filosofía bien podría coincidir, como Victoria Camps ha propuesto en un libro reciente, con el de la duda. Si esta tiene vocación ilustrada y está atenta a los prejuicios y si no se rinde sin más al relativismo, concede un valioso tiempo para sopesar los riesgos, comprender la complejidad y tolerar la diferencia. Martha Nussbaum insiste en esta misma línea en la importancia de la filosofía en la formación de una ciudadanía democrática y denuncia la acuciante crisis educativa que el descuido de las humanidades está provocando en el mercantilizado mundo occidental, una crisis silenciosa que pasa desapercibida frente a la económica, a pesar de que su desenlace es también crucial para las próximas generaciones.

Habida cuenta de todo ello, este año, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alicante, hemos hecho del Día Mundial de la Filosofía un pretexto para elaborar una serie de carteles sobre el ineludible enlace entre educación y filosofía. Por las paredes de los pasillos llevan colgando toda la semana las palabras de Aristóteles, Séneca, Kant, José Ortega y Gasset, María Zambrano, Hannah Arendt, Martha Nussbaum... Los de siempre, podrá pensar alguien, pero es que los clásicos nos siguen admirando por su actualidad. Sin necesidad de grandilocuencia, y conviviendo con los muchos otros letreros que proponen conferencias, conciertos y reuniones culturales varias, las citas llaman la atención sobre la posibilidad que brinda la filosofía de detenerse en el sentido y en el límite de los valores a los que la sociedad contemporánea se siente vinculada, cuestión, como muchas otras, que si se delega en las especializaciones académicas o se entrega sin más a la ajetreada curiosidad de quienes pasan por las aulas puede acabar diluyéndose, trivializándose, cuando no olvidándose. Por ello, como interpela Ortega y Gasset, conviene que hablemos de vez en cuando de la filosofía.

A cuenta de lo dicho, puede concluirse que hoy se celebra un Día Mundial que, definitivamente, interesa a la opinión pública. Seguramente, muchos profesores y profesoras de enseñanzas medias dedicarán hoy algún momento de sus clases a mostrar de manera especial la utilidad de la filosofía. En la Universidad de Alicante también hemos hecho un hueco para ello y la fórmula elegida es en sí misma una declaración de intenciones a propósito de esta disciplina: la hemos titulado Ágora sobre Filosofía y Educación y proporcionará una ocasión para la lectura, la reivindicación y el debate abierta a la comunidad universitaria y al resto de la sociedad. Será a las 14 horas en la plaza Miguel Hernández del Campus de Sant Vicent del Raspeig y a las 20.15 horas en el Aula de Filosofía de la Sede Universitaria Ciudad de Alicante.